«Hay un momento mágico cuando despúes de un fin de semana de mucho trabajo, todo el mundo se va y me quedo solo, me paro delante de esos ventanales que dan al paseo de nuestro cuidad, en absoluto silencio, y puedo afirmar que soy un hombre feliz. Deambulo por el restaurante y pienso. Simplemente pienso. Lo miro todo, como si fuera la primera vez; recuerdo algún detalle agradable durante el servicio de ayer o de anteayer, el cliente que ha elogiado un plato o el que ha destacado lo agradable que ha sido la persona que le ha atendido. Y entonces, con la satisfacción de haber hecho, un día más, lo que siempre quise hacer, cierro la puerta y me voy a casa.»